Balada de la cárcel de Reading
Oscar Wilde
Desde su estancia en la cárcel en 1895, Wilde narra cómo viven los presos el día a día después de que ejecuten a un hombre en la horca, que se ve desde las ventanas de las celdas, y cómo al mismo tiempo quieren mirar de reojo a ver qué pasa e ignorarlo.
(...)
Los vigilantes caminaban de un lado para otro pavoneándose y vigilaban su rebaño de bestias; sus uniformes de los domingos estaban brillantes, pero nosotros sabíamos cuál era el trabajo que habían llevado a cabo por la cal viva de sus botas.
Porque donde abrieron la profunda fosa ya no había fosa alguna; sólo la marca de barro y tierra removida junto al horrible muro de la prisión y un pequeño montón de cal ardiente para que el hombre tuviese su sudario.
Porque aquel infeliz tenía un sudario como pocos hombres pueden pedirlo: en un hoyo profundo, al fondo de patio de una cárcel, desnudo para mayor vergüenza, yace con cadenas en los pies, ¡envuelto en una sábana de fuego!
Y la cal ardiente devora constantemente la carne y los huesos; devora los duros huesos por la noche y la carne tierna por el día; devora unas veces los huesos y otras, la carne, pero nunca deja de roer el corazón.
Durante tres largos años no se sembrará ni se plantará nada allí; durante tres largos años ese lugar maldito será estéril y mirará al asombrado cielo sin reprocharle nada.
Creen que el corazón de un asesino mancillará la simple semilla que sembrasen. ¡Eso no es cierto! La buena tierra de Dios es mejor de lo que creen los hombres, y la rosa roja crecería más roja y la roja blanca, más blanca.
¡Junto a su boca, una rosa roja! ¡Junto a su corazón, una rosa blanca! Porque ¿quién puede decir de qué extraña manera muestra Dios su voluntad desde que la vara seca del peregrino floreció a la vista del gran papa?
Pero ni la rosa roja como el vino o la blanca nunca caerán pétalo a pétalo sobre esa línea de barro y arena removida que hay junto al horrible muro de la prisión para decir a los hombres que caminan por el patio que el hijo de Dios murió por todos.
[...]
El capellán no se arrodillará a rezar junto a esa tumba deshonrada, ni la marcará con la señal de la cruz que Cristo dio a los pecadores, porque aquel hombre era uno de los que Cristo bajó a salvar.
Este blog está dedicado a la literatura. A esas páginas que nos hacen reflexionar o llorar, o ambas cosas. A esas páginas que nos encogen el corazón o nos hacen plantearnos lo pequeños que somos. A esas páginas que nos hacen ver que el ser humano realmente puede hacer magia.
viernes, 23 de septiembre de 2016
martes, 15 de marzo de 2016
Como fúlgida corona
Biblia
Sirácida (Eclesiástico para protestantes) 6:24-31
El siguiente texto es un extracto de un capítulo (no es un capítulo completo), que lleva como subtítulo Exhortación a la sabiduría, y en este extracto se narra en qué se convierte una persona que logra alcanzar la sabiduría: todo un rey cubierto de oro.
[...]
Mete tus pies en sus cadenas,
y tu cuello en su argolla.
Arrima tu hombro y llévala,
no te molesten sus ataduras.
Con toda tu alma vete a ella,
con todas tus fuerzas guarda sus caminos.
Rastréala y búscala; ella se te manifestará;
y, una vez agarrada, no la dejes escapar.
Porque al fin hallarás en ella tu descanso
y se cambiará para ti en alegría.
Entonces sus grilletes serán para ti fuerte protección,
sus argollas glorioso vestido.
Atavío de oro será su yugo,
sus ataduras, cordones de púrpura.
Te vestirás como túnica gloriosa,
te la ceñirás como fúlgida corona.
[...]
Sirácida (Eclesiástico para protestantes) 6:24-31
El siguiente texto es un extracto de un capítulo (no es un capítulo completo), que lleva como subtítulo Exhortación a la sabiduría, y en este extracto se narra en qué se convierte una persona que logra alcanzar la sabiduría: todo un rey cubierto de oro.
[...]
Mete tus pies en sus cadenas,
y tu cuello en su argolla.
Arrima tu hombro y llévala,
no te molesten sus ataduras.
Con toda tu alma vete a ella,
con todas tus fuerzas guarda sus caminos.
Rastréala y búscala; ella se te manifestará;
y, una vez agarrada, no la dejes escapar.
Porque al fin hallarás en ella tu descanso
y se cambiará para ti en alegría.
Entonces sus grilletes serán para ti fuerte protección,
sus argollas glorioso vestido.
Atavío de oro será su yugo,
sus ataduras, cordones de púrpura.
Te vestirás como túnica gloriosa,
te la ceñirás como fúlgida corona.
[...]
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