viernes, 23 de septiembre de 2016

En una sábana de fuego

Balada de la cárcel de Reading
Oscar Wilde

Desde su estancia en la cárcel en 1895, Wilde narra cómo viven los presos el día a día después de que ejecuten a un hombre en la horca, que se ve desde las ventanas de las celdas, y cómo al mismo tiempo quieren mirar de reojo a ver qué pasa e ignorarlo.

(...)
Los vigilantes caminaban de un lado para otro pavoneándose y vigilaban su rebaño de bestias; sus uniformes de los domingos estaban brillantes, pero nosotros sabíamos cuál era el trabajo que habían llevado a cabo por la cal viva de sus botas.
Porque donde abrieron la profunda fosa ya no había fosa alguna; sólo la marca de barro y tierra removida junto al horrible muro de la prisión y un pequeño montón de cal ardiente para que el hombre tuviese su sudario.
Porque aquel infeliz tenía un sudario como pocos hombres pueden pedirlo: en un hoyo profundo, al fondo de patio de una cárcel, desnudo para mayor vergüenza, yace con cadenas en los pies, ¡envuelto en una sábana de fuego!
Y la cal ardiente devora constantemente la carne y los huesos; devora los duros huesos por la noche y la carne tierna por el día; devora unas veces los huesos y otras, la carne, pero nunca deja de roer el corazón.

Durante tres largos años no se sembrará ni se plantará nada allí; durante tres largos años ese lugar maldito será estéril y mirará al asombrado cielo sin reprocharle nada.
Creen que el corazón de un asesino mancillará la simple semilla que sembrasen. ¡Eso no es cierto! La buena tierra de Dios es mejor de lo que creen los hombres, y la rosa roja crecería más roja y la roja blanca, más blanca.
¡Junto a su boca, una rosa roja! ¡Junto a su corazón, una rosa blanca! Porque ¿quién puede decir de qué extraña manera muestra Dios su voluntad desde que la vara seca del peregrino floreció a la vista del gran papa?
Pero ni la rosa roja como el vino o la blanca nunca caerán pétalo a pétalo sobre esa línea de barro y arena removida que hay junto al horrible muro de la prisión para decir a los hombres que caminan por el patio que el hijo de Dios murió por todos.
[...]
El capellán no se arrodillará a rezar junto a esa tumba deshonrada, ni la marcará con la señal de la cruz que Cristo dio a los pecadores, porque aquel hombre era uno de los que Cristo bajó a salvar.