La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
Primera parte: la levedad y el peso; capítulo 6.
Aunque por el título parezca un libro pesado y tedioso, el verdadero significado profundo está latente en una bella historia de amor, tan bella como tormentosa. Aquí dejo un fragmento con el que seguramente todos nos sentiremos identificados, ya que todos necesitamos cariño en algún momento.
Por
eso se sorprendió tanto cuando se despertó y Teresa cogía con
fuerza su mano. La miraba y no podía
entender qué había pasado. Se acordaba de las horas que acababan de
pasar y le parecía que de ellas se desprendía el perfume de quién
sabe qué felicidad desconocida.
Desde
entonces los dos disfrutaban durmiendo juntos. Diría casi que el
objetivo del acto amoroso no era para ellos el placer sino el sueño
que venía después de aquél. Ella, en particular, no podía dormir
sin él. Cuando alguna vez se quedaba sola en su piso alquilado (que
iba convirtiéndose cada vez más en una simple tapadera), no podía
conciliar el sueño en toda la noche. En sus brazos se dormía por
más excitada que estuviera. Él le susurraba al oído historias que
inventaba para ella, cosas sin sentido, palabras que repetía
monótonamente, consoladoras o chistosas. Aquellas palabras se
convertían en visiones confusas que la transportaban hasta el primer
sueño. Tenía el sueño de ella totalmente en su poder y ella se
dormía en el instante que él elegía.
Cuando
dormían, se aferraba a él como la primera noche: se cogía con
fuerza de su muñeca, de su dedo, de su tobillo. Si quería alejarse
sin despertarla, debía utilizar algún truco. Liberaba el dedo (la muñeca,
el tobillo) de su encierro, lo cual siempre la despertaba a medias,
porque ni aun dormida dejaba de vigilar atentamente lo que él hacía.
Se calmaba cuando en lugar de su muñeca ponía en su mano algún
objeto (un pijama retorcido, un zapato, un libro) que ella luego
apretaba firmemente como si fuera parte del cuerpo de él.