Battle Royale
Koushun Takami
Primera parte:
Empieza el juego. Capítulo 11
No sé los demás, pero lo que busco en una novela, aparte de, por supuesto, que sea una historia creíble y currada, es que profundice en las vidas de los personajes de manera que parezcan reales, como si de verdad tuvieran una vida en el mundo de los vivos. Como si tuvieran familia, ilusiones, infancia, amigos y decepciones. Eso ocurre en algunas ocasiones en
Battle Royale, que cuenta con más de 42 personajes (obviamente no es posible narrar la vida de todos sin producir menos de 700 páginas). ¿Y qué historia me llama más la atención? Por supuesto, la rara. La del malo malísimo, Kazuo Kiriyama. Aunque las vidas de "los buenos" son muy insulsas con sólo dos excepciones.
El recuerdo que Mitsuru tenía de su primer encuentro con Kazuo Kiriyama era tan vívido que había permanecido imborrable en su memoria.
Mitsuru había sido un matón incluso desde la escuela, en primaria [...] Así que simplemente fue inevitable, en su primer día en el instituto, que hiciera todo lo posible por eliminar a la competencia procedente de otras escuelas del distrito. [...]
En el pasillo vacío, junto al aula de arte, Mitsuru agarró al muchacho por la solapa y lo aplastó contra la pared. El crío ya tenía amoratado un ojo. Y tenía los ojos anegados en lágrimas. Era pan comido. Bastaría con dos puñetazos.
[...]
Soltó al muchacho y se dio la vuelta. El crío cayó al suelo y salió pitando, pero no había ninguna posibilidad de que Mitsuru pudiera ir tras él.
Estaba rodeado de cuatro tíos, todos ellos mucho más altos que él. Las insignias en sus cuellos indicaban claramente que eran estudiantes de tercer año. Uno podía imaginarse fácilmente lo que eran. Eran lo mismo que él.
[...]
Y para colmo, él mismo había sido el que había escogido adrede un lugar aislado para intimidar a su compañero de clase. No había ninguna posibilidad de que algún profesor pasara por allí.
Le pisaron la muñeca derecha contra el suelo. Uno de ellos le cogió el dedo índice con cuidado y se lo echó hacia atrás, y lo presionó bajo su zapato de piel. Por primera vez en su vida, Mitsuru experimentó el verdadero miedo.
«No… no puede ser…»
Sí podía ser. La suela del zapato presionó el dedo de Mitsuru al mismo tiempo que se oía un horrible crujido. Mitsuru chilló como un cerdo. Nunca había sentido un dolor tan espantoso. Ellos se seguían riendo: «¡Ji, ji, ji…!»
[...]
Sin una pizca de orgullo, Mitsuru comenzó a pedir clemencia, pero ellos ignoraron sus súplicas. Sintió la suela del zapato otra vez, y oyó el crujido del hueso. Su dedo corazón ya estaba destrozado. Mitsuru volvió a gritar.
—Venga, uno más.
Y entonces fue cuando ocurrió.
La puerta de la clase de arte se abrió de repente.
—¿Podéis estaros quietos? —dijo aquella voz tranquila.
Por un momento, Mitsuru se preguntó si sería un profesor.
Pero un profesor habría intervenido mucho antes y, además, una petición para estarse quietos… era un poco rara.
Con la espalda todavía aplastada contra el suelo, Mitsuru levantó la mirada hacia la puerta.
Aquel tío no era demasiado grande, pero tenía un aspecto increíblemente elegante. Llevaba en la mano un pincel.
Lo había visto en la clase de presentación. Era uno de los compañeros de Mitsuru. Al parecer, su familia se había trasladado poco antes a la ciudad. Nadie sabía quién era, pero como era callado y aparentemente formal, Mitsuru no le había prestado demasiada atención. Dado el refinamiento de su apariencia, probablemente era de una buena familia. Un tipo como aquel probablemente haría todo lo posible por evitar las peleas, así que no había nada de qué preocuparse.
Pero ¿qué estaba haciendo en el aula de arte? Pintando, seguro, pero ¿no era un poco raro ponerse a pintar el primer día de clase?
El muchacho de las espinillas [...] le dio un manotazo y le arrebató el pincel de la mano al chico; la pintura azul del pincel salpicó el suelo.
El chico miró al de las espinillas lentamente, de arriba abajo.
Lo demás necesita poca explicación. El chico bajito les dio una paliza a los cuatro estudiantes de tercer año (todos acabaron por el suelo, semiinconscientes y doloridos).
El chico se acercó a Mitsuru. Después de mirarlo por encima, únicamente dijo:
—Deberías ir a un hospital para que te vieran esa mano.
Y luego volvió al aula.
[...]
Mitsuru había intentado sonsacarle luego diciéndole que debía de haber sido todo un personaje en la primaria, pero Kazuo solo lo negó. Entonces… ¿era campeón de judo o algo? Kazuo también dijo que no. Mitsuru se enteró más adelante de otra cosa muy rara, y era que, el día que se habían conocido, Kazuo se había metido en el aula de arte para pintar. Cuando Mitsuru le preguntó por qué había hecho aquello, Kazuo solo contestó: «Me apetecía». [...]
Kazuo siempre parecía tranquilo. [...]
Sin embargo, Kazuo no solo era muy fuerte. Era extremadamente inteligente. Con una aparente sencillez, sobresalía en todo. Cuando asaltaron la tienda de licores, fue Kazuo quien diseñó aquel plan tan brillante. Kazuo libró a Mitsuru de numerosos embrollos en los que se había metido (desde que se pegó a Kazuo, la policía no había vuelto a arrestarlo). Además, se suponía que su padre era el presidente de una importante empresa de la prefectura… no, de toda la región de Chugoku y Shikoku. No tenía miedo de nada. [...]
Mitsuru lo convirtió en el líder de su banda, que continuaba metiéndose en líos. Mitsuru solo se preguntó una vez si era justo enredar en aquello a Kazuo. Este prohibió estrictamente a Mitsuru y a los otros que se acercaran siquiera a su casa (en realidad era una mansión, y nunca lo dijo así, pero eso era lo que daba a entender), así que Mitsuru nunca tuvo ocasión de saber si los padres de Kazuo eran conscientes de las actividades en las que andaba su hijo. Se preocupaba porque tal vez la banda podía ser una mala influencia para Kazuo, que obviamente era un muchacho muy bien educado. Después de pensárselo mucho, Mitsuru al final compartió sus preocupaciones con Kazuo.
Pero Kazuo solo le respondió: «No me importa. Es divertido». Así que Mitsuru decidió que, si al propio Kazuo no le importaba, pues estaba bien.
[...]
Con todo, había una única cosa que había incomodado a Mitsuru desde el principio. Él pensaba que no tenía la menor importancia, así que había hecho todo lo posible por ignorarlo todo ese tiempo: Kazuo Kiriyama nunca sonreía.
Y luego había un pensamiento de Mitsuru que seguramente tenía visos de realidad. «Parece como si siempre tuviera muchas cosas en la cabeza, y seguramente será así. Pero a lo mejor hay algo increíblemente siniestro tramándose en la mente de Kazuo, algo tan siniestro que está más allá de mi imaginación… A lo mejor ni siquiera es nada siniestro. A lo mejor es solo ensimismamiento, una especie de agujero negro…»
[...]
[Kazuo]
Quitó de allí la mano y se tocó la sien izquierda… para ser más precisos, un poco por debajo de la sien. Cualquiera habría dicho que estaba simplemente alisándose el pelo.
Pero no. Lo hizo porque tenía una extraña sensación… no era dolor ni un picor, sino algo raro e infrecuente que le ocurría solo un par de veces al año. El acto reflejo de tocarse allí, junto con aquella extraña sensación, ya se había convertido en algo familiar para Kazuo.
Sus padres le habían proporcionado una educación muy esmerada. Pero, a pesar de aprender todo lo que tenía que saber sobre el mundo a su temprana edad, el propio Kazuo no tenía ni idea de lo que le causaba aquella sensación. Era inevitable. Cualquier sospecha de daño cerebral había desaparecido completamente para cuando adquirió suficiente edad para reconocerse en un espejo. En otras palabras, no sabía nada respecto a lo que le causaba aquella extraña sensación. Kazuo no era consciente del hecho de que casi había muerto en un espantoso accidente automovilístico cuando todavía estaba en el seno materno ni sabía que su madre había muerto en el accidente. Por supuesto, Kazuo tampoco sabía nada de la conversación que su padrastro y un famosísimo y reputadísimo médico habían mantenido respecto a una esquirla que se había incrustado en su cerebro justo antes de nacer, ni del hecho de que ni su padre ni el doctor que presumía de que la operación había sido un éxito supieran que la esquirla había seccionado un grupo de células nerviosas muy delicadas. Todos aquellos sucesos pertenecían a otro tiempo. El médico murió de un fallo hepático y su padre, o más precisamente su padre real, también murió por complicaciones causadas tras el accidente. Así que no había nadie que pudiera contarle esos detalles a Kazuo.
Una cosa era absolutamente cierta: o lo era al menos para Kazuo. Aunque no pudiera darse cuenta especialmente, o más apropiadamente, quizá porque era incapaz de llegar a esa conclusión, eso era lo que le ocurría: Kazuo Kiriyama no sentía nada. Ni culpabilidad, ni pena ni compasión [...] y desde el mismo día en que vino a este mundo era así, nunca había sentido ni la más mínima emoción.