Amos Oz
Capítulo 28
Me sentía tentada desde hace tiempo a escribir esta entrada, pero luego siempre se me olvidaba.
Este libro lo leí casi por completo en los pasillos de la facultad mientras esperaba a que llegaran los pocos compañeros que se molestaban en madrugar tanto como yo y este pasaje va precisamente de eso, de madrugar, de recordar esa sensación de no querer levantarte de la cama cuando aún es de noche.
[...]
Mi padre se levantaba siempre muy temprano, una hora u hora y media antes que mi madre y que yo: a las cinco y media de la mañana estaba ya frente al espejo del cuarto de baño, removiendo y espesando con una brocha la nieve que tenía en las mejillas, afeitándose y cantando en voz baja canciones patrióticas con unos gorgoritos que ponían los pelos de punta. Después de afeitarse se tomaba un vaso de té en la cocina y leía el periódico. En la temporada de los cítricos, cada mañana exprimía unas naranjas con un pequeño exprimidor manual y nos llevaba a mi madre y a mí un zumo de naranja a la cama. Y, como la temporada de los cítricos cae en invierno y en aquella época se creía que las bebidas frías en días fríos provocaban resfriados, mi solícito padre encendía el infiernillo antes de hacer el zumo, ponía encima una cacerola con agua y, cuando el agua estaba a punto de hervir, metía con cuidado los dos vasos de zumo en la cacerola del agua caliente y removía bien con una cuchara para que el zumo que estaba cerca del cristal no estuviera más caliente que el zumo del centro del vaso. Y así, afeitado, vestido y encorbatado, con el delantal de cuadros de mamá atado a la cintura encima de su traje barato, iba a despertar a mi madre (a [la habitación de]

O: "Si cada día te tomas un vaso templado/ crecerás y serás un valiente soldado".
O también: "Cada sorbo dado/ reconstituye el alma y el cuerpo cansado".
[...]
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