Koushun Takami
Segunda parte: etapa intermedia. Capítulos 44-45.
Para entender este texto, es necesario conocer "las reglas del juego" básicas del argumento, que aparecen en el enlace a continuación:
https://es.wikipedia.org/wiki/Battle_Royale_(pel%C3%ADcula) Puntos 1, 2 y 2.1.
En este apartado aparece la muerte de un personaje, aunque no es relevante en el libro y en la película esta secuencia ni siquiera aparece, así que hay poco riesgo en el primer caso e inexistente en el segundo de destripar ningún final o capítulo o escena importante. Yo ya lo he avisado.
[...]
Sho Tsukioka (el estudiante número 14) [...] empezó a seguir al «jefe», que se alejaba de la sanguinaria escena, Sho ya había decidido cómo procedería.
Para ayudar a Sho en su táctica, el candidato principal era indudablemente Kazuo Kiriyama. [...] Había decidido afrontar el juego, estaba seguro de que su plan era la mejor opción. Además, Kazuo no sólo llevaba una ametralladora (¿era el arma que le había correspondido o pertenecía a uno de los tres estudiantes que había matado?), sino también la pistola de Mitsuru. En estos momentos, nadie podía vencer a Kazuo en una confrontación directa.
No obstante, Sho tenía una ventaja: una cosa en la que sabía que era muy bueno. Tenía un talento natural para introducirse de incógnito en los sitios y robar cuando nadie estaba mirando, y también era muy bueno siguiendo a la gente sin que lo notaran. Un talento natural para ser un rastrero en todos los aspectos —«¿Qué quieres decir con “rastrero”? ¿Cómo te atreves?»—. Y por lo que respecta al arma que había encontrado en su mochila, era una Derringer del 22 Double High Standard. Los cartuchos eran mágnum, letales a corta distancia, pero no era el arma ideal para un tiroteo.
«Bueno —pensó Sho—, aunque Kazuo Kiriyama vaya a salir victorioso de esto, tendrá que vérselas con tipos como Shogo Kawada y Shinji Mimura… [...] Si ellos también tienen pistolas, probablemente acabarán hiriéndolo. Y tanto combate acabará agotándolo.
»Entonces, simplemente tendré que seguirlo hasta que palme. Y justo entonces podré dispararle por la espalda. En el momento en que piense que ha acabado con el último, bajará la guardia y entonces será cuando yo le dispare, Kazuo para nada sospechará que hay alguien que le está pisando los talones [...] Sho no se tendría que manchar las manos en aquel juego en el que uno tenía que matar a sus compañeros de clase uno por uno. No era que sintiera fuertes objeciones morales por el hecho de matarlos, era sólo que pensaba: «No quiero matar a chicos inocentes… ¡Es tan vulgar! Kazuo me va a hacer el trabajo. Yo sólo tengo que quedarme detrás de él. Puede que mate a alguien delante de mí, pero no es previsible que yo intervenga. Sería demasiado peligroso. Y así, al final, lo mataré en defensa propia. Es decir, que si yo no acabo con él, él me matará a mí…» Ése era el curso de sus pensamientos.
Había otra ventaja en el hecho de seguir a Kazuo. Si se quedaba cerca de él, no tendría que preocuparse mucho por que lo atacaran. Y en el desdichado caso de que así fuera, siempre que eludiera la primera agresión, el que respondería a la violencia sería Kazuo. Lo único que tendría que hacer Sho sería salir huyendo de la escena y Kazuo se ocuparía del resto. Por supuesto, eso también podría significar que le perdería el rastro y desbarataría su plan, así que quería evitar ese escenario si estaba en su mano.
Decidió mantener una distancia fija en torno a los veinte metros por detrás de Kazuo. Avanzaría cuando lo hiciera Kazuo y se pararía cuando se detuviera. También estaba el asunto de las zonas prohibidas. Kazuo también debía considerarlas, así que probablemente se mantendría bien alejado de ellas. Mientras Sho mantuviera las distancias, estaría a salvo de entrar en dichas áreas. Cuando Kazuo se detuviera, comprobaría el mapa para asegurarse de que no se encontraba en una zona prohibida.
Todo estaba saliendo según su plan.
Kazuo abandonó el cabo sur de la isla y, después de entrar en varias casas de la zona residencial (encontrando probablemente lo que anduviera buscando), decidió encaminarse hacia las montañas del norte por alguna razón y luego se detuvo. Por la mañana, cuando oyó unos disparos lejanos, decidió no actuar, tal vez porque se encontraban muy lejos. [...]
Luego, justo antes de las tres de la tarde, Kazuo empezó a avanzar tras oír un tiroteo en aquella parte de la montaña. [...]

Kazuo parecía estar descansando apaciblemente. Puede que estuviera durmiendo.
[...]
Lo que resultaba un verdadero contratiempo, por otra parte, era que Sho era un fumador compulsivo. El olor del humo del cigarro, dependiendo de la dirección del viento, podría darle una pista a Kazuo. No, el ruidillo de su encendedor eléctrico al prender podría ser incluso peor y fatal.
Sho sacó su paquete de Virginia Slim importado con sabor mentolado —le gustaba el nombre, aunque por supuesto era dificilísimo conseguirlos en el país, pero había lugares donde los vendían y lo único que tenía que hacer era robarlos; tenía montones de cajetillas en su habitación— y se colocó con mucho cuidado uno de aquellos finos cigarrillos entre los labios. Captó una levísima vaharada de aquel olor a tabaco y aquel perfume único a mentol y sintió cierto alivio de su síndrome de abstinencia. Necesitaba llenarse los pulmones de humo…, pero de algún modo consiguió reprimir el ansia.
[...]
Por el rabillo del ojo vio que unos arbustos se agitaban levemente.
Sho se quitó rápidamente el cigarrillo de la boca y se lo metió en el bolsillo, junto con el espejo. Luego agarró la Derringer y cogió la mochila con la otra mano.
La cabeza de Kazuo Kiriyama, con el pelo repeinado hacia atrás, apareció entre unos arbustos. Miró a su izquierda y a su derecha, y luego hacia el norte…, justo a la izquierda de donde se encontraba Sho, hacia la loma.
A la sombra de una azalea repleta de flores rosas, Sho levantó la ceja levemente.
«¿Qué demonios está haciendo?»
No había oído ningún disparo. Ningún ruido extraño en absoluto. ¿Había pasado algo por allí?
Sho miró por todas partes, pero no vio movimiento alguno.
Kazuo al final salió de los arbustos. Llevaba la mochila colgando de un hombro y la ametralladora del otro, con la mano apoyada en la culata. Comenzó a ascender la loma, zigzagueando entre los árboles. Rápidamente alcanzó la altura de Sho y luego siguió subiendo. Entonces, Sho se incorporó y comenzó a seguirlo.
A pesar de su altura (medía 1,77), Sho se movía con destreza, como un gato. Con sumo cuidado, se mantenía a unos veinte metros por detrás del negro abrigo escolar de Kazuo, que se distinguía de tanto en tanto entre los árboles. La confianza de Sho en sí mismo estaba justificada cuando se trataba de cumplir con la tarea de seguir a alguien.
Los movimientos de Kazuo también eran precisos y rápidos. Se detenía a la sombra de un árbol, comprobaba la zona y donde la vegetación se espesaba, se ponía de rodillas y escudriñaba la zona a ras de suelo antes de avanzar. El único problema era…
«Que estás dejando descubierta la espalda, Kazuo».
Debían de haber cubierto unos cien metros. La plataforma de vigilancia estaba arriba a la izquierda. Kazuo se detuvo allí.
Las masas de árboles frente a él se interrumpían por un camino estrecho y sin pavimentar. Tenía menos de dos metros de anchura, justo lo suficiente como para que pasara un vehículo.
[...]
A la derecha de Kazuo, hacia donde estaba mirando, había un sitio con un banco y un aseo portátil de color marrón. A lo mejor era un área de descanso para los senderistas que subían la montaña. Kazuo oteó la zona y luego se volvió hacia donde estaba Sho, pero éste naturalmente ya se había escondido. Kazuo se adelantó al camino y corrió hacia el aseo portátil. Abrió la puerta y entró. Asomó la cabeza y miró fuera otra vez antes de cerrar la puerta. La dejó entreabierta, tal vez por si acaso se veía obligado a escapar si ocurría algo.
«Ay, Dios mío…» Sho se llevó la mano a los labios. «Ay, Dios mío». Sho permaneció agachado, intentando con todas sus fuerzas no estallar en carcajadas.
Era cierto, desde que Sho había comenzado a seguirlo, Kazuo no había ido al baño ni una sola vez. Podía haberlo utilizado en alguna de las casas en las que había entrado antes de amanecer, pero en cualquier caso, sería imposible aguantar todo un día entero [...] Después de todo, Kazuo Kiriyama procedía de una familia acaudalada. Tal vez ni se había planteado la idea de hacerlo en cualquier otro sitio que no fuera un baño. Debió de recordar que había visto aquel baño portátil cuando pasaron por allí un rato antes. Por eso había regresado.
[...]
Entonces recordó algo y agitó la muñeca para ver bien el reloj. Estaban cerca del sector D-8, que Sakamochi había anunciado que se convertiría en zona prohibida a las cinco de la tarde.
Las manecillas que recorrían aquella esfera sobre unos elegantes números romanos de aquel reloj de mujer indicaban que eran las 4:57 (había ajustado su reloj con el comunicado de Sakamochi, así que estaba seguro de que era esa hora). Sho sacó el mapa y examinó la zona de la montaña norte. El camino de la montaña solo estaba marcado por una línea de puntos en el mapa, y el resto de aquel lugar y el aseo público no estaba señalado ni dentro ni fuera de la zona que delimitaba la cuadrícula D-8.
De repente, Sho se puso tenso e inconscientemente se llevó la mano a su collar metálico. De golpe, sintió la necesidad imperiosa de volver por donde había venido, pero…
[...]

Así que sacó el Virginia Slim que había cogido un rato antes y se lo puso entre los labios. Luego miró al cielo, que se iba oscureciendo poco a poco. En esa época del año, todavía quedaban un par de horas antes de la puesta de sol, pero el cielo, que se iba oscureciendo, estaba ya tiñéndose de naranja por el oeste, y eran escasos los jirones de diminutas nubes que habían adquirido un tono anaranjado brillante.
[...]
Aún continuaba.
«Ay, por Dios, a ver si acaba ya. Termina de una vez, vamos, y ponte a trabajar, hombre».
Pero no paraba.
Y fue entonces cuando Sho al final frunció el ceño. Se quitó el cigarrillo de la boca y se levantó. Se aproximó al aseo con premura, avanzando entre los arbustos, y entrecerró los ojos.
[...] Y la puerta estaba entreabierta.
Justo entonces hubo un golpe de viento y se abrió la puerta con un chirrido. Qué momento tan oportuno.
Sho abrió los ojos como platos, atónito.
En el interior del aseo había una botella de agua, de las que les había proporcionado el Gobierno, colgando del techo y balanceándose con el viento. Kazuo probablemente la había pinchado con una navaja porque de allí salía un diminuto chorrillo de agua que salpicaba por todas partes, mecida por el viento.
Sho se sintió aterrado.
Entonces vio la parte de atrás de un abrigo escolar allá abajo, zigzagueando entre los árboles. Vio aquel inequívoco peinado hacia atrás, reconocible incluso desde tan lejos y por la espalda.
«Pe… pero… ¿qu… qué? ¿Kazuo? Pero entonces… eh… pero entonces estoy…»
Mientras Kazuo desaparecía entre la maleza, Sho oyó un zumbido. Le recordó el sonido de un silenciador o de un disparo amortiguado con una almohada. Le fue imposible decir si el estallido procedió de la bomba que el Gobierno había instalado en el collar o de la vibración que se produjo por todo su cuerpo.
Alrededor de cien metros abajo, Kazuo Kiriyama ni siquiera miró a su espalda cuando le echó un vistazo a su reloj.
Siete segundos pasaban de las cinco.
[...]
Aquel muchacho, tan grande y de aspecto tan tosco, que actuaba de aquel modo tan extraño y afeminado, Zuki, del clan Kiriyama, había sido cazado en una zona prohibida.
[...]
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